Ciudades reales e imaginadas

“Soy una mujer de ciudad”, afirmaba Vieira da Silva con convicción. Efectivamente lo era: Lisboa, París o Río de Janeiro conformaron su percepción de una ciudad y de lo que implicaba habitarla. Quizá en el contexto de la necesidad colectiva de reconstrucción existente tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, Vieira da Silva convirtió “la ciudad” en objeto de estudio artístico. En sus pinturas exploró las urbes que le eran bien conocidas, como París, y también aquellas que solo había visitado en su imaginación. Un festival de azules caracteriza su visión de Venecia en Fiesta veneciana (1949), mientras que en París (1951) las líneas entrecruzándose sugieren un movimiento apresurado. La capital francesa protagoniza asimismo París, la noche (1951), visión nocturna de la ciudad de las luces, una referencia igualmente presente en La ciudad nocturna o Las luces de la ciudad (1950). La ciudad tentacular (1954) y Personajes en la calle (1948) remiten, sin embargo, a la vida cotidiana urbana en general, sin aludir a ningún lugar en particular. Las ciudades de Vieira da Silva resultan tan tangibles como imaginarias, aspecto muy bien reflejado en La ciudad de los autogiros (1954). En conjunto, estas obras marcan su definitivo cambio de rumbo hacia la abstracción.