Sala 304. El Anatsui
A lo largo de seis décadas, El Anatsui ha refinado un lenguaje pictórico que trasciende las fronteras entre cultura y técnica. En 1998 el artista comenzó a realizar esculturas de metal con tapones de botellas de licor desechados. El material tiene una importancia conceptual, puesto que el alcohol fue uno de los productos de consumo que los europeos transportaban a África para entregarlo a cambio de esclavos. Así, el material imprime a la obra un simbolismo histórico que, como ocurre con gran parte de la obra de Anatsui, es tan poderoso como sutil.
A la hora de crear estas esculturas metálicas, Anatsui cuenta con un equipo de ayudantes de taller que colaboran en la trabajosa tarea de aplastar, retorcer, prensar y luego entrelazar con alambre de cobre los elementos de aluminio. Para realizar Mar creciente, el artista empleó a personas de toda Nsukka, en Nigeria, que entretejieron las cápsulas de los tapones de botellas de licor formando parte de un proceso colectivo que duró cerca de un año. Los tres grandes paneles resultantes se unieron para formar una única y amplia superficie en la que la luz se refleja en cascada.
Mar creciente es una de las últimas piezas del artista y una de las de mayor tamaño. La franja de tono plateado reluciente de la parte superior de la obra evoca un cielo interrumpido por olas de un blanco mate que prácticamente cubren las escasas marcas de color de la parte inferior, que sugieren un horizonte urbano. La serena armonía visual contrasta con el título, Mar creciente, que nos recuerda —o tal vez nos alerta al respecto— que la naturaleza y las civilizaciones pueden quedar transformadas en un instante. La gran escala de la obra es por lo tanto una metáfora de la enormidad del cambio climático.

