En diciembre de 1926, Alberto Giacometti se instaló en el que sería su taller hasta el final de sus días: un espacio alquilado, de apenas 23 m2, ubicado en la rue Hippolyte- Maindron, cerca de Montparnasse. Uno de sus hermanos, Diego, se uniría a él en 1929 y se convertiría en su asistente. Entre otras tareas, Diego se encargaba de construir los pedestales y las estructuras de metal sobre las que Alberto realizaba sus esculturas en yeso, y de aplicar la pátina a sus bronces.
El estudio era una habitación minúscula, estrecha e incómoda, con unos pequeños anexos donde vivían los hermanos Giacometti. Había libros, pinturas, dibujos y esculturas de yeso amontonados por todas partes, y el espacio era tan reducido que en ocasiones el artista sacaba las esculturas a la calle para reflexionar sobre su escala. Con frecuencia, Giacometti anotaba ideas o realizaba bocetos directamente sobre las paredes. En los retratos y pinturas que produjo allí se puede apreciar la grisácea luz diurna que se filtraba por las ventanas. Su paleta la constituían mayoritariamente grises y ocres con algún toque rojizo. Con el fin de saciar su obsesión creativa, el artista pedía que posaran constantemente para él sus amigos (entre los que se encontraban intelectuales como Simone de Beauvoir, Jean- Paul Sartre o Isaku Yanaihara) y familiares (como su hermano Diego y su esposa Annette). En 1932, por ejemplo, realizó dos dibujos para Donna Madina Gonzaga —aristócrata italiana con la que entabló amistad— en cuyo fondo pueden reconocerse muchas de las obras que el artista había realizado en esa época y otras en las que estaba trabajando. Entre ellas, destacan dos que actualmente forman parte de las Colecciones Guggenheim: Mujer cuchara (1926–27, fundida en 1954) y Mujer que camina (1932).
En 1942, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Giacometti abandonó París y se trasladó a Ginebra. Diego se ocupó de mantener el taller tal y como lo había dejado el artista hasta que este regresó en 1945. Aunque ya era un creador reconocido y con poder adquisitivo, nunca dejó aquel estudio, pues sentía por él un apego especial. De hecho, a pesar de sus reducidas dimensiones, el escultor afirmó que, cuanto más tiempo permanecía en él, “más grande se volvía”.
Tras la muerte de Giacometti en 1966, el espacio volvió a manos de su propietario. Annette, viuda del artista, conservó todos los elementos que lo constituían: las paredes pintadas, los muebles y las obras que ocupaban cada centímetro de aquel diminuto espacio. El pasado mes de junio se inauguró en París el Instituto Giacometti, que incluye una reconstrucción de este taller, factible gracias a los elementos que su viuda conservó.
Alberto Giacometti en su estudio, sosteniendo un elemento de Projet pour une place, ca. 1932
Fotografía anónima
Collection Fondation Giacometti, París