De Barcelona a París

Miró se formó en una Barcelona conservadora, si bien a finales de la década de 1910 surgieron en ella personalidades comprometidas con las nuevas ideas que llegaban de París, como el compositor Frederic Mompou, el poeta J. V. Foix o el propio Miró. Además, durante la Primera Guerra Mundial, Barcelona acogió a varios artistas significativos de las vanguardias, como Francis Picabia, Robert y Sonia Delaunay, y Marcel Duchamp, a quienes Miró conoció. El pintor catalán ansiaba viajar a la capital francesa, imaginando que allí encontraría una gran libertad creativa y que frecuentaría a los artistas, poetas y marchantes más avanzados de su tiempo. Entre 1918 y 1920, Miró pinta las obras que se han llamado “detallistas”, caracterizadas por la gran concentración y delicadeza de su ejecución. Estas reflejan un mundo rural arcádico, en el que la voluntad de objetividad se transforma ya en una mirada visionaria o alucinada.

De esta primera época es Autorretrato (1919), cuya austeridad le acerca al arte románico. En 1923, Miró escribió: “He conseguido romper y liberarme definitivamente de la naturaleza y los paisajes ya no tienen nada que ver con la realidad exterior”. Interior. La masovera (1922–23), también de temática campestre, es una obra de transición: aún pueden identificarse en ella elementos como un gato o una chimenea, pero los enormes pies descalzos de la protagonista confirman que la mera representación no es el objetivo, plasmando cómo la energía que transfigura lo real viene de la tierra.