Galería 304
Tras la II Guerra Mundial, Europa se encuentra dividida y marcada por la devastación. Frente a este panorama, EE. UU. se convierte en el principal país de acogida de importantes artistas europeos exiliados. En este contexto, a ambos lados del Atlántico surgen una serie de artistas que protagonizan, con sus diversas propuestas estéticas, una etapa crucial de la modernidad plástica. Destaca en este periodo el Expresionismo Abstracto norteamericano, una tendencia representada en el Museo Guggenheim Bilbao con fondos notables, como la obra de Robert Motherwell (1915–1991) Iberia (1958) —en esta sala—, que re eja la eterna obsesión del artista por la tragedia de la Guerra Civil española; Sin título (1964), de Clyfford Still (1904–1980); Sin título (1952–53), de Mark Rothko (1903–1970); o Villa Borghese (1960), de Willem de Kooning (1904–1997).
La presentación de esta corriente en diferentes ciudades europeas, que servía como contraposición del “rígido” Realismo Socialista, permitió que los artistas del viejo continente, como Antoni Tàpies (1923–2012) —con el que Motherwell entabló una gran amistad—, tomaran contacto con el Expresionismo Abstracto. Tàpies, que realizó su primera exposición individual en EE. UU. en 1953, comparte con este movimiento su interés por el Surrealismo, entre otras cuestiones. Por otro lado, es en este mismo período cuando a oran las inquietudes artísticas del joven Yves Klein (1928–1962), quien se inicia en la pintura en 1954 en Madrid, creando el pequeño folleto Yves Peintures, en el que da a conocer obras inexistentes que, no obstante, constituirán el punto de partida de su carrera.