Su sello personal: la década de 1950
Helen Frankenthaler llevaba una vida bohemia en el Bajo Manhattan de comienzos de los años cincuenta cuando vio en la Betty Parsons Gallery los cuadros de Jackson Pollock, cuyas abstracciones gestuales dejaron una profunda impresión en la joven artista. Habiendo abandonado el caballete tradicional, Pollock trabajaba moviéndose alrededor de enormes lienzos extendidos en el suelo del granero que le servía de estudio. A pesar de la apariencia abstracta de algunas de sus obras, en ella aparecen imágenes que parecen evocar algo. La sugerencia de una iconografía subliminal intrigó a Frankenthaler, a quien impactaron los métodos radicales de Pollock: la coreografía de un gesto físico improvisado y la posibilidad de que la pintura abstracta pudiera transmitir algún tipo de mensaje.
La abstracción que partía del dibujo espontáneo se ajustaba al temperamento artístico de Frankenthaler como medio para proyectar su imaginación —en forma de signos pictóricos, símbolos y escenas— sin llegar a revelarse por completo. La ambigüedad era esencial para ella. Quería que sus imágenes mantuvieran su misterio, como poemas; que tuvieran un significado distinto para cada persona. Gracias a Pollock contempló la pintura como un proceso de final abierto similar al del dibujo. La mentalidad desinhibida de quien dibuja fue el catalizador de su rompedora obra Montañas y mar (1952) y de muchas de las que figuran en la exposición, como las más tempranas de esta sección, reflejo de su prodigioso y precoz talento.