El Imperio Azteca
19.03.2005 - 18.09.2005
Durante el siglo XV en Europa se produce una profunda revolución en el pensamiento, las ciencias y las artes conocida como Renacimiento; mientras, en el México antiguo tiene lugar el florecimiento de dos poderosos estados indígenas: el Imperio Azteca y, sus enemigos y vecinos, los tarascos. En el dominio territorial azteca, la sociedad interpreta su presencia en el universo a través de una extraordinaria iconografía escultórica de carácter antropomorfo; sucedió, de manera simultánea a la expansión de un estilo artístico panmesoamericano que dio paso al entendimiento entre diversos pueblos que compartían un lenguaje plástico común.
La exposición El Imperio Azteca recrea esta época y reúne el mayor número de objetos artísticos presentes en una muestra internacional, elaborados por los diversos pueblos que convivieron en la etapa final del desarrollo mesoamericano, conocido arqueológicamente como posclásico tardío, que abarca los siglos XIII al XVI de nuestra era.
En aquel tiempo, la entidad política de mayor complejidad fue el Imperio Azteca, cuyo origen histórico se remonta a una coalición militar conocida como la Triple Alianza, que vinculaba a tres estados emergentes: los azteca-mexica, cuya ciudad-capital fue México-Tenochtitlán, la más famosa urbe de su época; los acolhua con Texcoco como ciudad principal, considerada el centro cultural por excelencia; y Tlacopan, que reunía a los supervivientes de un antiguo señorío que en el pasado había dominado el valle de México. Los aztecas impusieron su jerarquía sobre sus aliados con astucia, extendiendo su dominio hasta las costas del Océano Pacífico y del Golfo de México. Adquirieron riqueza y poder imponiendo un estricto sistema de tributación, de tal manera que, a la llegada de los españoles en los inicios del siglo XVI, su capital era considerada la urbe más importante y magnífica de la época. La lengua dominante entre los aliados fue el náhuatl, que se convirtió en la "lingua franca" de gran parte de Mesoamérica, utilizada para nombrar la geografía del México antiguo, sustituyendo, incluso, las voces de otros idiomas ancestrales. En cuanto al otro estado indígena, el Imperio Tarasco, conocido también como Purépecha cuya ciudad principal fue Tzintzuntzan que, al final de su período histórico funcionó como capital política, impuso su dominio militar en una amplia zona que comprendía el centro-norte y occidente de México. El idioma de este pueblo era el porhe o tarasco, muy diferente al náhuatl y que no se vincula con ninguna otra lengua del México antiguo.
La expansión del lenguaje artístico azteca sirvió para comunicar historias, adorar a sus deidades y llevar a cabo ritos en los que coincidían ancestrales mitos y tradiciones.
Esta muestra se articula en diez temas distribuidos en once salas que muestran desde el ambiente geográfico que caracterizó el territorio mexicano de la época, hasta la conquista europea, ofreciendo una representación profunda de la sociedad azteca desde sus orígenes hasta la culminación y el ocaso de su imperio.
La arquitectura particular del Museo Guggenheim Bilbao diseñada por Frank Gehry es transformada por TEN Arquitectos para la exposición de El Imperio Azteca. La intervención se realiza a través del vidrio que, en forma de vitrina sutil y continua, se articula a lo largo del recorrido, mediando entre las piezas, el espectador y el edificio. La estructura inmaterial de cristal se contrae y expande respondiendo a las condiciones existentes del Museo, generando espacios específicos y creando un recorrido intimista en el que destaca el contraste de los diferentes grados de transparencia y la materialidad de las piezas.
El entorno natural mexicano
Las características geográficas de México permitieron desarrollar en el sur una agricultura intensiva determinada por dos estaciones: la época seca y la de las lluvias. La variable ecología se ejemplifica en la exposición a través de magníficas imágenes del bestiario indígena que recrea de manera vital el medio ambiente en el que se desarrollaron las culturas precolombinas. El detalle del tallado o modelado de estos animales expresa su estilo artístico, cuya característica es el naturalismo, en ocasiones casi hiperrealismo, pocas veces igualado en el arte antiguo del Nuevo Mundo. Por su importancia en la religión, su preponderancia en las jerarquías de poder y su papel en tiempos de guerra, destacan las impactantes imágenes de las serpientes de cascabel, jaguares y águilas que caracterizan al arte azteca.
La sociedad: vida palaciega y vida cotidiana
La sociedad de México-Tenochtitlán estaba constituida por dos grandes segmentos: la nobleza, llamada pipiltin, y la gente común, los macehualtin, mucho más numerosa, que abarcaba desde artesanos hasta campesinos. Los comerciantes o pochtecas agrupaban tanto a aquéllos que realizaban largas travesías para comerciar como a los humildes vendedores de frutas y animales. Los nobles, orgullosos de su parentesco con el gobernante, mostraban su valiosa joyería en jade y oro en forma de orejeras, collares y anillos, así como los peculiares adornos labiales o bezotes e insignias militares de alto rango. La gente común sólo podía ornamentarse con objetos de arcilla y utilizar vestimenta hecha de fibra de una planta xerófita llamada maguey. La vida diaria del mundo azteca es conocida gracias a las descripciones de los cronistas de la época y fue representada mediante figurillas de arcilla; se conservan numerosos ejemplares de las vajillas cerámicas de uso cotidiano.
Pueblos y sociedades de la época azteca
La presencia de esculturas y figurillas antropomorfas de extraordinaria calidad estética constituyen el elemento característico de la plástica indígena del posclásico tardío mesoamericano. Son imágenes de hombres y mujeres que expresan ideales, tanto de edad como de belleza. La etapa juvenil-adulta era considerada el momento de plenitud que garantizaba la fortaleza en la guerra, así como la de mayor actividad sexual. El notable desarrollo que alcanzaron los talleres escultóricos de las principales capitales indígenas, legó extraordinarias figuras escultóricas talladas en roca volcánica, el material preferido del mundo azteca. En la exposición es posible contemplar la imagen del Macehual, idealizada concepción del hombre común, o la excelsa mujer desnuda, conocida popularmente como la "Venus de Texcoco".
Culturas legendarias: ancestros de los aztecas
No se puede entender el arte y la cultura del Imperio Azteca independientemente del desarrollo de la cultura mesoamericana en general. Los pueblos que les antecedieron crearon formas y símbolos que serían evocados, reutilizados y adaptados a lo largo del auge de la civilización azteca. Los aztecas se consideraban herederos de estas culturas ancestrales, comenzando por los olmecas, cuyo florecimiento tuvo lugar entre 1200 y 600 años a.C., y quienes tallaron con gran exquisitez máscaras y figuras de jade. Los teotihuacanos, que mantuvieron su predominio del 100 al 650 d.C., recubrieron las fachadas de sus templos con imágenes del jaguar y modelaron cerámicas decoradas con delicado estuco y policromía. Los toltecas, por su parte, desarrollaron un modelo histórico y artístico que durante la primera etapa de la evolución cultural de los aztecas rigió su ideología, expresada en la plástica de la época.
Visión sagrada del universo
Los pueblos mesoamericanos compartieron una visión colectiva de su universo sagrado que imaginaban creado por Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, hijos de dioses que moraban en el Omeyocan, el más alto nivel del cielo. Siguiendo los dictados divinos, tomaron el cuerpo del Cipactli, bestia ancestral de aspecto espinoso que caminaba sobre las aguas universales, y lo dividieron en dos partes: con una crearon el plano celeste habitado por las deidades astrales, y con la otra, la Tierra y el Inframundo. En esta visión vertical del universo, hombres, animales y plantas ocupaban la región central, llamada Tlatícpac.
La visión horizontal del universo se proyectaba en forma de un espacio cuadrangular formado por los cuatro rumbos correspondientes a los puntos cardinales que se intersectaban en el centro: el lugar donde se encontraba el Templo Mayor, punto del que emergía el axis mundi. Los pueblos prehispánicos imaginaban que cuatro plantas o árboles sagrados sostenían el Cielo y la Tierra; los aztecas atribuían esta labor a cinco atlantes ataviados como guerreros, que evocaban la misión de Atlas en la mitología griega. En esta sección de la muestra se integra el conjunto de objetos que recrean los cultos solares tan importantes en el mundo azteca. El surgimiento del universo sagrado corre paralelo a la creación de los cinco soles, de modo tal que Ollin Tonatiuh, el Quinto Sol, corresponde al tiempo y dominio de los aztecas; de ahí que este pueblo le venerara como su deidad guía, guerrero triunfante en las batallas celestes.
Religión: dioses y ritos
El universo religioso en el Imperio Azteca era muy complejo. En la jerarquía superior estaba Huitzilopochtli, el dios que los guió a México-Tenochtitlán y a quien concebían como guerrero solar; Tezcatlipoca era la ancestral divinidad de la guerra nocturna y patrono de la virilidad; Quetzalcóatl, el antiguo dios civilizador, patrono del viento. La Tierra se deificaba en diversas advocaciones: era el destino final de los hombres, el origen de la vida y el ámbito creador de los alimentos, manifestándose como Coatlicue o Chicomecóatl.
Todos los pueblos mesoamericanos basaron su economía en la agricultura intensiva del maíz, chile, calabaza y frijol; por ello Tláloc y su compañera Chalchiuhtlicue, dioses de la lluvia y el agua, respectivamente, desempeñaron un papel crucial en la religión indígena mientras que Xochipilli y Xipe Tótec, deidades que patrocinaban la renovación de la naturaleza con la llegada de las lluvias, se vinculaban con la madurez del ser humano, el arte de la orfebrería y la guerra.
La religión mesoamericana se caracteriza por su complejidad; sus ritos y ceremonias variaban según el culto de cada deidad. Para el conocido rito de la extracción del corazón se usaba un cuchillo de sacrificio, una mesa-altar llamada téchcatl, donde se efectuaba esta práctica y los cuauhxicalli o recipientes sagrados que contenían los corazones humanos y su sangre, alimento sagrado.
El Templo Mayor
Los aztecas fundaron su ciudad en el año de 1325, edificándola sobre unos islotes lodosos en el Lago de Texcoco. Desde el inicio de su construcción, su patrón simbólico marcó la concepción del axis mundi sagrado, de modo que aquel lugar ceremonial se ubicaría en el centro de la urbe y, por ello, en el centro del universo. Este complejo arquitectónico ritual fue expandiéndose según ascendían al trono los gobernantes aztecas, de modo que a finales del siglo XV su monumentalidad y grandeza acrecentaron su fama por toda Mesoamérica. En el Templo Mayor se rendía culto principalmente a Huitzilopochtli, patrón de la guerra, y a Tláloc, dios de la lluvia. En la exposición destaca la figura de Coyolxauhqui, la diosa lunar que simbolizaba a los pueblos derrotados por los aztecas.
El Templo Mayor fue ornamentado con elegantes figuras modeladas en arcilla como el Guerrero águila y Mictlatecuhtli. Como signo de devoción, los aztecas depositaron cientos de ofrendas que han sido cuidadosamente rescatadas por los arqueólogos durante los últimos 100 años. En esta muestra destaca la Ofrenda del Dios Rojo, que se exhibe por primera vez en Europa.
Pueblos y culturas bajo el dominio azteca: los habitantes de la región central de México
El Altiplano Central Mexicano originalmente se caracterizó por la existencia de un conjunto de lagos rodeados de montañas y volcanes que fue el hábitat de numerosos pueblos, algunos de los cuales se asentaron en la región mucho antes que los aztecas; de entre ellos destacan los texcocanos y tepanecas de Tlacopan que fueron aliados de México-Tenochtitlán que ocuparon las vertientes oriental y occidental de la cuenca lacustre. En la región meridional del Altiplano, habitaron xochimilcas y los tlahuicas, que compartían el náhuatl como lengua común, así como formas escultóricas y tradiciones cerámicas. Los matlatzincas, que hablaban otro idioma, se asentaron en los Valles de Toluca en el septentrión de la región central mientras que en la parte oriental estaban Cholula y Tlaxcala, que cultural y artísticamente se distinguieron por la cerámica policroma que tuvo gran demanda en el imperio.
El Imperio Tarasco
Los tarascos organizaron un estado de carácter imperial en la región lacustre de Michoacán en el oeste de México. Basaron su poderío en el manejo magistral del cobre y el bronce, con los que elaboraron sus armas y herramientas, imponiendo su dominio militar sobre esta región. Al frenar la expansión del Imperio Azteca se convirtieron en su más importante enemigo. La obras tarascas de la exposición incluyen una selección de objetos arqueológicos y artísticos que ejemplifican la original plástica de esta cultura, principalmente esculturas, cerámica y joyería. Estas obras revelan el estilo de vida y la diferente ideología que caracterizó a este pueblo.
Pueblos y culturas bajo el dominio azteca: mixtecos, totonacos y huastecos
Los aztecas comandaron los victoriosos ejércitos de la Triple Alianza que conquistaron uno a uno los diversos estados mixtecos que habitaban la accidentada orografía. Los mixtecos cobraron fama por sus delicados trabajos en mosaicos de turquesa y valiosa orfebrería de oro, desarrollando la extraordinaria cerámica policroma que compartía en su simbología un lenguaje similar al de los códices, libros nativos elaborados en piel de venado.
Las tropas del Imperio Azteca también conquistaron a los totonacos y huastecos; ambos pueblos se distinguen por sus delicados ornamentos de conchas y caracoles marinos. Los huastecos, particularmente, tallaron notables esculturas en roca arenisca, como la figura de vida-muerte llamada por los estudiosos la Apoteosis, una de las obras maestras del arte prehispánico.
El ocaso de los imperios: la conquista española de México
Los viajes marítimos de los europeos en busca de las anheladas Indias a finales del siglo XV y principios de la siguiente centuria, propiciaron el encuentro de dos continentes y culturas de gran diversidad. De esta manera, en 1519 Hernán Cortés y sus huestes desembarcaron en las costas de México y desde ahí iniciaron la conquista del Imperio Azteca, tomando Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521. Su catolicismo, que en España les había llevado al triunfo sobre el islamismo, les impidió comprender y apreciar la religión y la forma de vida de aquellas sociedades indígenas, por lo que destruyeron las majestuosas ciudades
El oro, motivo principal de su empresa conquistadora, les llevó a fundir la mayoría de los tesoros. Sólo algunas joyas quedan como muestra de la antigua metalurgia. De igual manera, sobrevivieron escasos ejemplos del arte plumario y de la original tradición pictórica de los códices o libros indígenas. Apenas una pequeña reminiscencia de la gloria y la fama del México antiguo.
El emergente imperio colonial español importa un nuevo sistema económico, la religión católica romana y una nueva cultura que, durante el primer siglo de dominio europeo, se expresa con novedosas formas artísticas y se caracteriza por el sincretismo de lo indígena y lo español.
En la exposición la historia de esta conquista está narrada por sus propios protagonistas, autores de añejas crónicas presentes también en las vivaces imágenes que decoraron alguna vez cuadros y biombos elaborados en la curiosa técnica de los enconchados.
Si bien el metal áureo no fue lo abundante que hubieran esperado los conquistadores, el descubrimiento y la explotación de las minas de plata derivó la riqueza de América a España y Europa. Vestigios de esta opulencia sobreviven en numerosos puntos de la península ibérica, iglesias, conventos y colecciones particulares que se enorgullecen de poseer hermosas obras de platería, principalmente vinculadas a la religión católica romana.
Felipe Solís
Comisario de la exposición
Director del Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México
Exposición organizada con la colaboración del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), México.
El Imperio Azteca
Coatlicue, Azteca, ca. 1500
Piedra, turquesa, concha y pigmentos
115 x 40 x 35 cm
Museo Nacional de Antropología, INAH, México D.F. 10-8534