El proceso creativo de Anni Albers constituyó una exploración constante, marcada por una serie de descubrimientos. En la Bauhaus se adentró en el mundo de los textiles, mientras que, años más tarde, en EE. UU., descubriría el potencial del grabado.
Albers se matriculó en 1922 en el taller de textiles de la Bauhaus. En aquella época, según explicaba la propia artista, “el tema textil no se consideraba una materia específica, sino más bien una herramienta”.
En una ocasión, la artista afirmó: “Creo que en parte mi manera de abordar hoy la práctica textil consiste en sentarme, con mucha libertad, e indagar a ver qué sucedería si doblo esto, giro lo otro, etc”. Tras haber adquirido conocimientos sobre los procesos de teñido y el funcionamiento de los telares, Albers estudió el potencial estético e industrial de los tejidos. Esa búsqueda desembocó en la realización de sus primeras “colgaduras”.
La artista desarrolló un método de producción sistemático y organizado en el que los textiles podían fabricarse en gran cantidad. En sus colgaduras aparecían módulos que se repetían, rotaban o se entrelazaban siguiendo reglas geométricas. Albers escogía una figura —una de sus favoritas era el triángulo— y la repetía hasta lograr la composición final deseada. Además, sobre ese primer tejido base, Albers podía tejer una nueva trama secundaria, o más, creando distintas capas y volúmenes, lo que confería a la pieza diferentes densidades. La observación de la obra de Paul Klee (1879─1940), que ejercía como profesor en la Bauhaus cuando Albers era estudiante y fue responsable del taller textil durante algunos años, influyó de manera esencial en la manera de trabajar de la artista.