Entre los primeros temas que pintó Bacon se encuentran las piezas de carne que el artista podía ver en las carnicerías y que acabaron convirtiéndose en imágenes recurrentes en su obra [véase Tres estudios para una Crucifixión (1962) en la sala 205]. Para Bacon, la carne representa el ciclo de la vida y la muerte. El sufrimiento y la devastación que causó la Segunda Guerra Mundial se reflejan en la carne, en los cuerpos desmembrados y tal vez en las bocas abiertas que aparecen en sus cuadros. Asimismo, la profunda huella que dejó el suicidio de quien era su pareja, George Dyer —acontecido unos días antes de la inauguración de una gran retrospectiva dedicada al pintor en el Grand Palais de París en 1971—, es palpable en su obra posterior, a menudo poblada por la espectral figura de su compañero. En las pinturas de principios de los años noventa, la presencia de la carne podría aludir también a la propia enfermedad de Bacon y su inminente muerte.
En una carta de 1992, Bacon menciona a Damien Hirst, joven artista presente en aquel entonces en la Saatchi Collection (Londres), que había utilizado una cabeza de vaca en una obra.
Probablemente, el artista sintió algún tipo de afinidad al descubrir el vínculo iconográfico que existía entre ambos.