Autorretrato
1982–84Acuarela sobre papel121,5 × 151 cm
En su transformación de la experiencia personal en lenguaje plástico, el trabajo de Martha Jungwirth ocupa un espacio liminar entre memoria y representación. Su pintura desafía cualquier categorización, moviéndose de manera fluida entre la abstracción y ciertos indicios de figuración. A través de su pincela gestual y un cromatismo rico en resonancias emocionales, Jungwirth explora la tensión existente entre lo tangible y lo inaprensible, entre presencia y ausencia.
Las primeras obras de Jungwirth se caracterizan por un enfoque intuitivo y visceral, que fusiona elementos del Expresionismo Abstracto con una energía en bruto, inmediata. La artista irá desarrollando con el tiempo una experimentación más amplia e incorporando la acuarela y el óleo para trascender los límites del control y la espontaneidad. A pesar de su sensibilidad abstracta, el retrato se mantiene como un tema recurrente en su trabajo, aunque nunca en un sentido convencional. En lugar de hacer una representación fiel, Jungwirth condensa la esencia y el carácter de quien retrata, disolviendo la forma física en pinceladas expresivas y aguadas de color. En sus propias palabras: “Nunca me pareció importante que se pudieran identificar las cosas que aparecen en mis cuadros. Quería pintar de modo que las cosas no se pudieran reconocer, que hubiera cabida para algo diferente, que el aspecto gestual y mi propia naturaleza pudieran expresarse”[1].
Los autorretratos de Jungwirth en particular ofrecen una exploración profundamente introspectiva de su identidad, como bien ejemplifica su obra creada entre 1982 y 1984 Autorretrato (Selbstporträt). Realizada a la acuarela sobre un papel amarillo pálido, la pieza adopta la fluidez e imprevisibilidad de este medio. A diferencia de la pintura al óleo, que permite la rectificación, la acuarela deja un rastro irreversible, haciendo indistinguibles proceso y resultado. En la composición, sobria pero dominada por la emoción, la cabeza de la artista surge en tonos siena. Los rasgos parecen estar disueltos en el papel: el cabello es una mera sugerencia, y las manos y el cuerpo se han omitido. El rostro solo se distingue a través de una borrosa representación de los ojos y la nariz, mientras que los característicos labios color burdeos de la artista se convierten en el detalle más personal y reconocible de la obra.
No obstante, incluso este rasgo de identidad resulta inestable. Filtrándose en el papel, el pigmento burdeos mancha la zona situada bajo el ojo derecho y deja un rastro semejante al del maquillaje corrido, evocando el llanto. El efecto es inquietante y refuerza la idea de la identidad como algo fluctuante, no permanente. El aspecto inacabado de este retrato supone una afirmación de que su poder expresivo radica precisamente en su carácter abierto. A través de esta radical economía de formas, Jungwirth revela una imagen de sí misma que es al tiempo íntima y elusiva, invitándonos a afrontar la fragilidad y la mutabilidad de la identidad misma.
[1] Entrevista con Hans-Ulrich Obrist en Martha Jungwirth: Panta Rhei. Verlag für moderne
Kunst, Viena, 2019, pág. 122. Ed. esp.: Martha Jungwirth, cat. expo., Museo Guggenheim Bilbao, Bilbao, 2024, pág. 31.
Título original
Selbstporträt
Fecha
1982–84
Técnica / Materiales
Acuarela sobre papel
Dimensiones
121,5 × 151 cm
Crédito
Guggenheim Bilbao Museoa