Lágrimas de medianoche

Tras obtener en 1987 su título de máster en Bellas Artes y Música en la Universidad de la Prefectura de Aichi, se traslada a Alemania con la intención de estudiar en la Kunstakademie de Düsseldorf, durante una etapa que supondrá un importante impulso para su obra: paulatinamente, va trasladando su ejecución en el dibujo a su pintura, simplificando de ese modo la composición y generando un trabajo en apariencia depurado con una complejidad emocional que pronto será reconocida en la escena artística por su singularidad.

En 2000 decide regresar a Japón y, un año después, se celebra en el Museo de Arte de Yokohama una monográfica fundamental, en la que se muestran no solo sus pinturas, sino también sus dibujos, esculturas y su primera acción colectiva. Con esta exposición se encumbra como uno de los artistas más destacados de su país.

Lágrimas de medianoche (Midnight Tears, 2023) pertenece a un momento de la trayectoria de Nara en el que adopta un nuevo enfoque en su investigación. La sensación borrosa que genera su empleo de la pincelada suelta refleja el cambio que se produce en el estado emocional de la sociedad a raíz de varios acontecimientos que se van sucediendo en el tiempo, desde el gran terremoto de Japón oriental de 2011, el consiguiente tsunami y el accidente nuclear de la central de Fukushima Daiichi hasta la pandemia ocasionada por la enfermedad del coronavirus en 2019.

Esa sensación diluida contrasta no solo con las sólidas áreas de color que aparecen en obras de etapas anteriores, sino con las superficies que también dominan en su producción posterior, elaboradas a base de numerosas capas de color y pinceladas, empastadas con cohesión y solo patentes cuando se observa su pintura desde muy cerca. Así, frente a la apariencia monolítica que ofrece a cierta distancia la tez pálida de Lágrimas de medianoche, surge al aproximarse un universo nacarado creado por la superposición de tonos, en el que destaca el rostro cuadrangular, enmarcado por el irisado cabello, que sutilmente se desintegra en evidentes pinceladas en el área donde el vestido se encuentra con el cuello; la boca, de un rojo anaranjado y aspecto inexpresivo, tiene su contrapunto en los elocuentes ojos —tan emblemáticos en la obra de Nara—, en los que las lágrimas, sostenidas en la superficie ocular, están a punto de desbordarse.